Jesús Lorente Ducún fue un navarro que jugó en el Cádiz durante seis temporadas entre finales de los 50 y principios de los 60. En ese tiempo, marcó la friolera de 45 goles (sólo en liga), lo que le aúpan al séptimo puesto de máximos goleadores cadistas en toda la historia de nuestro club (tercero si sólo consideramos la división de Plata).
Pero no es sólo por eso por lo que destacamos hoy en esta biografía a Lorente: su inmensa calidad humana, refrendada por todos sus compañeros y entrenadores, su capacidad de trabajo y dedicación, y su vínculo con nuestro equipo y nuestra tierra (a pesar de venir de tan lejos) le merecen un hueco entre los grandes mitos del color amarillo
EQ. |
TEMP. |
EQUIPO |
CAT |
P |
G |
M |
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1949-1950
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Osasuna
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2ª
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26
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7
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1950-1951
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Osasuna
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2ª
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19
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3
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1951-1952
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Inactivo
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1952-1953
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Plus Ultra
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2ª
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1953-1954
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España Tánger
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2ª
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15
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4
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1954-1955
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Burgos CF
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3ª
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21
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5
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1955-1956
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España Tánger
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2ª
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26
|
11
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1956-1957
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Atl. Madrid
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1ª
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0
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0
|
0
|
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1956-1957 |
Cádiz CF
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2ª
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31
|
12
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2790
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1957-1958 |
Cádiz CF
|
2ª
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32
|
6
|
2880
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1958-1959 |
Cádiz CF
|
2ª
|
24
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9
|
2160
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1959-1960 |
Cádiz CF
|
2ª
|
30
|
10
|
2700
|
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1960-1961 |
Cádiz CF
|
2ª
|
9
|
3
|
810
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1961-1962 |
Cádiz CF
|
2ª
|
17
|
5
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1530
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1962-1963
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Abarán
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3ª
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0
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0
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0
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Lorente nace en Barasoain (Navarra) el 28 de septiembre de 1930. Amante siempre del deporte (practicó también atletismo siendo adolescente) y del fútbol, el primer equipo en el que juega más en serio es en los Maristas de Pamplona. Con 16 años ya jugaba para el Oberena, filial del Osasuna, como sabemos, principal club navarro.
De ahí, todavía en edad juvenil, salta al Erri Berri de Olite. Un primo cura que tenía lo llevaba en coche desde su pueblo hasta Olite para jugar y entrenar. Cuando éste no podía, se iba y volvía en autobús.
Estando en este equipo, en la temporada 48-49, se midieron al Osasuna promesas. El Erri Berri vencía por 5-0, haciendo Lorente cuatro de los tantos. El show había empezado: aquel fue el pistoletazo de salida para la gran carrera profesional que habría de desarrollar en los siguientes años. Y es que, a los pocos días que aquella gran actuación, unos emisarios del Osasuna fueron a buscarlo directamente a su pueblo para ficharlo para el club rojillo, con el que militaría en Segunda División. Fue la comidilla de Barasoain durante unos cuantos días, orgullosos de que un paisano suyo hubiera sido escogido de aquella manera tan fugaz para defender la camiseta del principal equipo de la región.
Así, Lorente comenzaba la campaña 49-50 ya asentado en la capital pamplonica. El reto era importante: recién llegado a la entidad rojilla, se enfrentaba a la dura tarea de conseguir la permanencia para Osasuna, recién ascendido de Tercera tras todo un lustro en la categoría de bronce, a lo que hay que sumarle la dificultad añadida de su juventud y de que entonces no había cambios en los partidos, por lo que no era raro ver a un jugador que se pasaba el año casi en blanco por la falta de oportunidades.
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Practicando atletismo
muy joven |
Lorente en once
tipo del Osasuna (49-50) |
Superó todo con nota. La escuadra navarra conseguía una holgada permanencia en el grupo 1 de Segunda División, y Lorente fue asiduo en las convocatorias, formando en el once tipo del conjunto rojillo. Disputó 26 de un total de 30 partidos, anotando siete tantos. No estaba mal para un recién llegado de apenas 20 años.
Al año siguiente Lorente continúa en Osasuna, que repite puesto clasificatorio. En esta segunda ocasión tuvo menos protagonismo, pero aún así alcanzó la veintena de partidos disputados.
No obstante, y a pesar de las excelentes maneras que tenía como futbolista y del potencial que se adivinaba ya en su juego, Jesús no tenía todavía claro si iba a enfocar su carrera profesional al fútbol, o bien, a la veterinaria, profesión de gran tradición familiar en su casa, y cuyos estudios había comenzado. Así, en el verano de 1950 se traslada a la capital de España, donde comenzaría dichos estudios. En primera instancia decidió abandonar la práctica del fútbol, y se pasó la campaña 50-51 inactivo.
Pero un año sin jugar fue demasiado para él. En la nueva temporada ficha por el Plus Ultra, filial merengue. Eso le permitió compatibilizar los entrenamientos y viajes con el equipo con sus estudios (que poco a poco iban perdiendo la partida).
Como quiera que al navarro le fue muy bien esa temporada, al final, la cabra tiró al monte y Lorente no pudo renunciar a su gran pasión, decidiéndose finalmente por apostar al balompié, aparcando los libros de animales. En esa tesitura, no dudó en fichar por el
España de Tánger, que le ofrecía la oportunidad de continuar su carrera, aunque fuera en la categoría de plata. Allí coincidió con dos personas clave en su carrera: el entrenador,
Santiago Núñez, y
Adolfo Bolea, con el que formaría una pareja imparable en el césped e inseparable fuera de él.
Allí además coincidió con hasta otros siete jugadores, también llegados del norte de España como él, y no tuvo ningún problema de adaptación. Le encantaba viajar con el equipo (algo que el mister hacía muy ameno, pues organizaba visitas de toda la plantilla a la ciudad a la que llegaban) y se quedó especialmente prendado de Granada.
Lorente llegaba al conjunto norteafricano tras un ascenso histórico, y la exigencia era importante: había que conservar la categoría, que tanto tiempo había costado conseguir, como fuera.
El navarro, sin hacer su mejor año, puso su granito de arena para que el conjunto rojo terminara situado en una comodísima octava plaza, que le otorgaba una permanencia más que merecida.
En la temporada 54-55 Lorente tuvo que cumplir finalmente con el servicio militar, siendo destinado a Burgos. Afortunadamente, encontró acomodo en el equipo de la ciudad castellano-leonesa, aunque fuera en Tercera División. Lorente volvió a ser pieza fundamental en su equipo, aportando sus goles para que el cuadro blanco se aupara con el campeonato indiscutible de su grupo. Posteriormente, por desgracia, el Burgos no pudo culminar el ascenso en la posterior promoción.
Finalizada su cesión en el Burgos y cumplida la obligación con la patria, el delantero navarro retornaba a tierras marroquíes, para firmar uno de sus mejores años como jugador, campaña 55-56: 26 partidos disputados (de un total de 30, perdiéndose sólo aquellos en los que fue sancionado) y once dianas, le hicieron destacar y empezar a sonar en corrillos futbolísticos de mayor nviel.
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Jugando en el Plus Ultra
contra el Mallorca |
Cogiendo el avión
con el España de Tánger |
AÑO ESPERPÉNTICO EN EL ATLÉTICO DE MADRID
La progresión de Lorente había tocado techo, y era el momento de dar un salto mayor. Además, en el verano de 1956 se unieron dos circunstancias que lo ponían casi con un pie en Primera: por un lado, su fantástico rendimiento en la campaña anterior, del que ya hemos dado cuenta, y por el otro, la independencia de Marruecos. Volver a Tánger ya no era posible: el país norteafricano había alcanzado la independencia y ya no era seguro para los españoles jugar en los equipos del nuevo país. El España de Tánger se fusionó con el Algeciras, pero Lorente tuvo una oferta mucho mejor: fichar por el Atlético de Madrid.
El navarro comenzó la pretemporada con la escuadra rojiblanca, con la que estuvo de gira por el extranjero disputando partidos preparatorios, algunos de ellos con notables actuaciones. Destacamos que participó en el
Trofeo Teresa Herrera, jugando la final que el cuadro colchonero ganaría frente al
Colonia alemán, para ser sustituido en el descanso por otro jugador con pasado amarillo,
Antonio Collar. Pero de vuelta a Madrid, se le diagnosticó una gingivitis aguda, y el médico le recomendó reposo hasta que la enfermedad remitiera.
Cuál sería su sorpresa al encontrarse que, al comunicarle esto a su entrenador, Antonio Barrios, este le respondió “si los jugadores nuevos no queréis jugar buscaremos otros”. Ese fue el último día que contó con él, durante esa temporada no jugó ningún partido. Gorraiz era el titular del puesto en el que jugaba él y como peligraba su puesto buscaron esa excusa para no contar con Jesús. Jugaba en Primera División y le pagaban 10.000 pesetas al mes, viviendo en una pensión. Su hermana Marisa estaba entonces interna en un colegio de Teresianas, estudiando farmacia, también en la capital de España, lo que les permitió mantener la relación muy de cerca, y viajando ocasionalmente juntos a Barasoain, su pueblo.
Lorente aguantó estoicamente el ostracismo al que había sido condenado (sólo jugó un amistoso en verano contra el Rayo, al que fue ofrecido como cedido pocos días después, rechazando el cuadro madrileño el fichaje), entrenando diariamente y esperando pacientemente a tener una oportunidad de encontrar un nuevo sitio en el que jugar. Afortunadamente, no tuvo mucho que esperar para encontrar nuevo sitio: este sitio fue Cádiz.
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INTENTANDO DEFINIR A LORENTE COMO JUGADOR
Por razones obvias de edad, no pudimos ver a Lorente desenvolviéndose por el campo, pero indagando y preguntando a los que sí tuvieron esa suerte, podemos decir que se trataba de un futbolista con un físico privilegiado, purísima fuerza y potencia. Rápido y veloz, como requería su puesto de extremo. Le encantaba entrenar, siempre estaba el primero, y no importaba si la sesión era sin balón, tanto mejor para él, que adoraba el trabajo físico. No en vano era conocido como el “morrosco de Barasoain”.
Un jugador inteligente, que estaba siempre en el sitio indicado en el momento preciso, y con una pegada brutal. Cuando armaba la pierna, el portero contrario debía temblar, porque realmente parecía que iba a descoser el cuero. Era efectivo, no se adornaba en regates imposibles, sino que tenía siempre en mente perforar la puerta contraria.
Como hemos dicho, marcó nada menos que 45 goles con la camiseta amarilla, sólo en partidos de liga. La cantidad de asistencias que dio, eso seguramente nadie lo sabe, pero fueron muchísimas.
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SEIS AÑOS MARCANDO Y DANDO GOLES
En el verano de 1956 desembarcaba en Cádiz Santiago Núñez, para hacerse cargo del banquillo del recién estrenado estadio cadista. El que fuera jugador mirandillista años antes, empezó a conformar al equipo, y para ello contó con muchos de los hombres que había tenido bajo sus órdenes en Tánger.
Entre ellos se encontraban Bolea y Lorente, que no dudaron en aceptar la oferta que suponía volver al sur, con un entrenador que los conocía muy bien y sacaba lo mejor de ellos en el campo.
Lorente llegaba a Cádiz a finales de septiembre. El mismo día que pisaba tierras gaditanas su nuevo equipo se iba a medir a todo un rival provincial como era el Xerez. Se habló incluso de que el extremo debutara ese mismo día, pero al final, imperó la cordura, ya que Lorente llegó muy cansado después de todo los viajes que había realizado en los últimos días entre Madrid, Navarra y Cádiz.
En su primera temporada, Lorente llegó arrasando. No entró en juego, por tanto, hasta octubre (debuta en partido liguero con el Cádiz el 7 de ese mes,
en Carranza frente al Córdoba) y a los quince minutos ya había marcado su primer gol. Minutos después ampliaba la ventaja su amigo Bolea, anticipando lo que iba a ser una sociedad mortal.
Así, hasta doce dianas que acumuló en su mejor año en el aspecto goleador de los seis que pasó en nuestra ciudad, postulándose como máximo realizador de su equipo esa temporada.
Al año siguiente no estuvo tan atinado de cara a puerta, pero igualmente fue indispensable para Núñez, que sólo lo dejó de poner de titular cuando estuvo lesionado.
En la temporada 58-59, ya sin su gran valedor, el navarro fue también dueño y señor de la banda derecha. Marcó nueve tantos.
La campaña 59-60 fue de gran contraste para él. A nivel personal estuvo también inmenso. Jugó 30 de los 32 partidos (incluyendo la promoción) a pesar del baile de entrenadores que sufrió aquella terrible temporada en la que se salvó la categoría. Fue indiscutible para todos ellos. Marcó diez goles, tres de ellos en su único hat-trick como cadista: ocurrió el 27 de marzo de 1960, día que el
Extremadura visitaba Carranza. En un cuarto de hora el extremo navarro había hecho tres dianas al conjunto visitante. Pero como decimos, a nivel colectivo fue un fracaso rotundo (salvando in extremis la permanencia) y encima, tanto él como Bolea tuvieron sus más y sus menos con
Diego Villalonga y el presidente cadista,
Márquez Veiga.
Por fortuna, la situación, tanto de ellos dos como del equipo, se recondujo, y con la llegada de
Jose Luis Riera, el Cádiz volvió a enamorar a propios y extraños. Paradójicamente, ese año fue en el que empezaron los problemas físicos serios para nuestro protagonista, que por aquel entonces, ya era capitán del once cadista. El nuevo técnico, como todos los que había tenido antes, adivinó enseguida sus enormes cualidades y lo tuvo como titular desde el primer partido. Desde el partido jugado en Almendralejo, el navarro venía arrastrando molestias en la rodilla, aunque continuó jugando. Pero tras la jornada nueve,
en la visita al Córdoba (curiosamente, el equipo contra el que debutó al llegar al Cádiz), Lorente empezó a acusar más el dolor. Viajó a Sevilla a ser examinado por Leal Castaños, que en principio no vio nada raro. A los dos días, el extremo tuvo que volver a viajar a la capital andaluza, para volver a ser revisado por el mismo médico, porque el dolor no remitía. Lo que parecía algo sin mayor importancia se iba complicando cada vez más. Finalmente, se confirmaba el diagnóstico: el menisco estaba roto (y gracias, porque por momento se temió por los ligamentos). El jugador fue operado, pero la intervención no fue todo lo bien que se hubiera deseado, y la recuperación se alargaba cada vez más, para desesperación del jugador. Desesperación que se tornaba en angustia cuando al poco de empezar a entrenar de nuevo, se rompía el menisco externo de la otra pierna.
Nueva cirugía, ahora en Madrid, que fue mejor y recuperó antes, pero el extremo se había perdido ya la temporada completa.
Para la campaña 61-62, el navarrico volvía a estar a disposición de su técnico, que no dudó también en alinearlo en numerosas ocasiones. Sin embargo, la primera lesión de menisco no había quedado bien, y periódicamente daba la cara, obligándole a parar con demasiada frecuencia. Sin duda una despedida triste para alguien que había dado tantísimas tardes de gloria a la hinchada amarilla.
Atrás dejaba 143 partidos de liga, en los que marcó los antes reseñados 45 goles, entre los que se cuentan un triplete y seis dobletes.
RETIRADA Y BREVE CARRERA COMO ENTRENADOR
No obstante, hemos certificado consultando la prensa murciana de entonces, que estaría una temporada más en activo, la 62-63, en el equipo de
Abarán (donde coincidió con
Marquitos II, con el que ya compartió vestuario en el Cádiz), si bien es cierto que no disputó ningún partido de liga en el año del histórico ascenso del cuadro murciano a Segunda División.
Tras esta campaña en blanco, sí colgaría las botas definitivamente, para regresar a su tierra natal. Allí tuvo algunos escarceos como técnico equipos como el Peña Sport de Tafalla o el Azcoyen, pero nunca optó el título nacional, y desconectó completamente del fútbol, del que acabó "muy hastiado".
MÁRQUEZ VEIGA: “UNO DE LOS JUGADORES MÁS INTELIGENTES QUE TUVE”
El gallego Márquez Veiga se encontró con Lorente en el plantel cadista que comenzó a presidir allá por 1959. Se acuerda bien de él: “era un extremo derecha muy rápido. Le pegaba muy bien a la pelota, aprovechaba como nadie el viento de levante, cuando el campo era más pequeño, para mandar verdaderos mísiles, pocos jugadores han sabido jugar con eso como él lo hacía. Era muy fuerte e inteligente, aunque quizás le faltaba arriesgar un poco más en sus acciones, siempre quería ir sobre seguro”.
Veiga continúa destacando el vínculo especial que tenía con Bolea: “formó una sociedad con Bolea que daba gusto verla. Fuera del campo estaban también todo el día juntos, eran inseparables. Alguna vez tuvimos algún problema con ellos, pero se pudo resolver”.
BOLEA: “ERA INCRÍEBLE LO FUERTE QUE ERA”
Si alguien está autorizado para hablar de Lorente, es sin duda el que fue su sombra durante todo el tiempo que ambos pasaron en Cádiz, Adolfo Bolea. Juntos formaron una dupla atacante a la que pocas en nuestra historia pueden hacer frente.
“Tenía una fortaleza física espectacular, era una verdadera fiera. Fuerte, ágil y muy veloz, le pegaba al balón con una potencia tremenda. Sus saques de banda llegaban casi al otro borde del área, era una jugada muy característica suya. Eso sí, sólo sabía jugar con la derecha, como la mayoría de futbolistas, la izquierda sólo le valía para apoyarse”.
El catalán recuerda con nostalgia y alegría los buenos tiempos que pasó con él: “éramos inseparables. Vivíamos juntos en el mismo piso hasta que ambos nos casamos. Era una buenísima persona, muy noble. La prueba es que cuando íbamos a un equipo en el que él había jugado antes, muchísima gente venía a saludarlo de forma muy amistosa. Luego él se volvió a su tierra y ya pudimos vernos muy poco, pues yo me quedé aquí en Cádiz y estábamos muy lejos, aunque mantuvimos contacto telefónico. Sí recuerdo una vez que organizó un viaje a Cádiz y pasamos unos días fantásticos, recordando viejos tiempos”.
EPÍLOGO DE UN ENORME FUTBOLISTA
Tras estas seis temporadas de amarillo, y ya con un físico que cada vez le respondía menos, todavía disparó sus últimas balas en el Abarán, club murciano que militaba en Tercera.
A pesar de dejar Cádiz, fue una ciudad que recordó siempre y que evocaba con felicidad. No en vano, sus cuatro hijos nacieron en nuestra capital.
Después de abandonar el fútbol como jugador, empezó su carrera como técnico, que se redujo a equipos de Regional como el Murchante, el Peña Sport de Tafalla o el Azcoyen. Nunca quiso sacarse el título nacional y optó por dedicarse a negocios relacionados con la hostelería, puesto que, confiesa, “se quedó bastante harto del mundo del fútbol”.
Desgraciadamente, Jesús Lorente nos dejaba este año. A nosotros nos dolió especialmente, pues habíamos contactado con su familia en semanas anteriores y estábamos en conversaciones con él y los suyos para preparar esta biografía, y esta pérdida nos pilló totalmente por sorpresa. Caprichos del destino, Lorente se nos fue la víspera del día que se celebró en Cádiz el
Encuentro de Leyendas Cadistas, acto al que sin duda, mereció, como poco, ser invitado por el club, en el enésimo puntapié de la entidad a su historia, a la que tan poco cuida.
Nos contaban días después su familiares que incluso ya en el hospital, esperando su muerte, estuvo escribiendo notas para nosotros para confeccionar esta biografía. Nos emociona recordar esto, que habla por sí solo de la categoría personal que tenía Jesús Lorente, al que el cadismo debería tener siempre presente en su memoria. Nosotros, al menos, así lo intentamos.
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Con su inseparable compañero Bolea |
Nunca podremos agradecer lo suficiente a la familia de Lorente la ayuda que nos han prestado para realizar esta biografía, aportando datos, fotos y anécdotas sobre su padre. El cariño y la atención que nos han dispensado justifican por sí mismas el esfuerzo que supone confeccionar un artículo de estas características.
Muchas gracias por compartir el recuerdo de Jesús con nosotros