Manolín Bueno vivió durante toda su infancia y adolescencia en la conserjería del estadio de Mirandilla primero, y del Ramón de Carranza después. Estaba claro que era una persona de lo más indicado para contarnos un nuevo episodio cadista
Corría el año 1961. Hacía seis que se había inaugurado el estadio
Ramón de Carranza, y con él, el
Trofeo de los Trofeos. También fue una fecha importante para Manolín Bueno y su familia, ya que el cabeza de familia, que había sido anteriormente portero del Mirandilla, era conserje y masajista del club, y por ello, vivían el estadio. A partir de aquella fecha, se trasladaron del antiguo campo de Mirandilla, al flamante nuevo estadio.
La madre de Manolín Bueno recibía de vez en cuando encargos del club, y uno de ellos era, cada verano que se celebraba el Carranza, coser las banderas de los países de los clubes participantes.
En el citado año 1961 acudía por primera vez un equipo argentino, el River Plate. Un año más, la madre de Manolín recibía el encargo de fabricar las banderas, entre ellas la de la Argentina del equipo “millonario”.
Llegó el momento del partido. Era la primera semifinal, entre Barcelona y los franjirrojos, y se interpretan los respectivos himnos nacionales, con su correspondiente izada de bandera. Cuando llega el turno de la bandera argentina, de repente se ve que los jugadores argentinos comienzan a murmurar. El murmullo se extiende a la grada: la bandera está ahí, con sus dos bandas celestes y el centro blanco, pero pasa algo, algo no encaja. ¡El sol que gobierna la bandera desde el centro no estaba! La buena de la madre de Manolín lo había olvidado.
Naturalmente, el Cádiz pidió disculpas a la expedición argentina, quedando todo en una mera anécdota que hoy, gracias a Manolín Bueno, podemos contar aquí y dejar para la posteridad.