Pepe Mejías, jugador mítico donde los haya de nuestro club, nos cuenta esta simpática anécdota, sobre un amistoso que llevó al Cádiz nada menos que a Los Ángeles.
Temporada 83-84. El Mágico ha jugado su primer año en el Cádiz, y esto ha despertado en toda la comunidad hispanoamericana las simpatías por los colores amarillo y azul. Una empresa de Los Ángeles, ciudad que ya entonces contaba con una importante presencia de inmigrantes latinos, organizó un encuentro, en el Rose Bowl (escenario que sería años más tarde de la Final del Mundial del 94) entre el Cádiz y la selección B nacional de
México, que ya por aquel entonces comenzaba a hacer preselecciones con miras al Mundial que debía disputarse en su país en 1986.
El Cádiz accedió y aprovechando un parón liguero, cuerpo técnico y jugadores viajaron a California, donde aprovecharon para hacer turismo. Uno de estos días, el técnico cadista (el yugolsalvo
Milosevic) programó, por la mañana, un entrenamiento, para posteriormente, acudir al Staples Center para ver en directo a Los Angeles Lakers, que por aquel entonces contaban en sus filas con jugadores de la talla de Magic Jonhson o Kareem Abdul-Jabbar entre otros. Milosevic montó a los suyos en el autobús: "vamos a ir a entrenar a una pradera de césped preciosa, estupendamente y cuidada, y en la que no molestaremos a nadie, ya que no se ve a mucha gente por allí". Dicho y hecho. Los jugadores se visten de corto, cargan los balones, se calzan sus botas, y comienzan el entrenamiento. Al rato de corretear por el verde, éste, debido a los tacos y a los golpeos de balón, se comienza a levantar y a perder su impoluto aspecto.
De repente, los jugadores comienzan a oír unos silbatos, y ven que varios policías corren hacia ellos, realizando grandes aspavientos, y gritando a viva voz, sin que ninguno de los futbolistas entendiera ni una sola palabra de lo que allí se decía.
Por fin el entrenador Milosevic, uno de los pocos que conocía el idioma, entiende lo que ocurre: los jugadores se han metido en un cementerio que carece de lápidas. No fueron pocos los que casi salen corriendo por el "yuyu" que les daba estar zapateando sobre tumbas. Los futbolistas vuelven al autobús, al principio con gesto serio, pero enseguida comienzan las risotadas por la terrible equivocación. Milosevic, sentado en primera fila del autobús, asume las bromas que los jugadores le gastan.
No acabaría ahí el "cachondeíto" con el técnico. Por la noche, como decíamos, la expedición amarilla tiene previsto asistir a un encuentro de baloncesto de los Lakers. Nuevamente Milosevic hace de intérprete en la taquilla, mientras el resto del grupo espera: "no os preocupéis, yo compro las entradas. Ya he estado aquí antes, y conozco esto perfectamente". El balcánico aparece al rato con las entradas: "he conseguido unas entradas de categoría, casi a pie de pista, casi vamos a tocar a los jugadores". Todos quedan encantandos con sus localidades, y se meten en el pabellón. Cuál es su sorpresa cuando les indican donde deben sentarse, mientras van subiendo más y más escaleras. ¡Nada menos que en el quinto anfiteatro! Pepe Mejías lo recuerda entre risas: "no es que no pudiéramos tocar a los jugadores, ¡es que apenas sí los distinguíamos!". La tromba de bromas y golpes contra el técnico fue ya imposible de retener.
La historia la rematan algunos jugadores (el portero
Clauido y alguno más) que se habían despistado, y que sin tener "ni papa de inglés", compraron las entradas por su cuenta, de tal suerte, que éstos sí que se situaron casi junto al banquillo de los locales. Cuando horas más tarde se reunieron todos en el hotel y se enteraron de dónde habían visto el partido sus compañeros, Milosevic casi tiene que huir. El yugoslavo tuvo que estar aguantando guasa durante todo el resto del viaje.