Resulta difícil de creer que ningún cadista no se emocione al recordar, si es que lo vivió “in situ”, o al menos no sepa de la importancia que tuvo, aquella noche interminable del 20 de junio de 1991, en la que el Cádiz, después de llegar a la promoción de forma totalmente milagrosa (Kiko, en apenas un minuto, y cuando todo parecía perdido, dio la vuelta al partido forzando un penalti y marcando el 2-1 a Cedrún), salvase la categoría y consiguiera permanecer un año más en Primera. Y probablemente muy pocos de estos mismos cadistas no coincidan en señalar, si se les pregunta por el máximo protagonista de aquella eliminatoria de infarto, al meta húngaro Pepe Szendrei. Sin embargo, unos malintencionados rumores en los días previos bien pudieron haber cambiado el curso de los acontecimientos no sólo ya de aquel partido, sino irremediablemente de la historia de nuestro centenario club
Ramón Blanco venía entrenando al equipo, después de que Héctor Veira fuera apartado del cargo por Manuel Irigoyen, que una vez más, veía como se le hundía el barco, y que sin un duro en los bolsillos, había que reflotarlo como fuera. Así pues, da el testigo al segundo entrenador, al que Lorenzo Buenaventura tiene que ponerle el carnet porque todavía no dispone de papeles para dirigir un banquillo en competición nacional. Cádiz en estado puro.
El equipo dispone de dos excelentes guardametas, el húngaro Szendrei y el mallorquín Bermell, y ninguno de los dos termina de asegurarse la titularidad frente al otro. Esa misma temporada han sido varios los cambios, e incluso Blanco tuvo que hacer frente a una “rebelión” por parte del centroeuropeo, que en una concentración del equipo en el Parador, al saberse suplente para el día siguiente, ni corto ni perezoso, abandonó con un mosqueo tremendo el hotel.
Sin embargo, en el sprint final en el que el Cádiz lograría contra todo pronóstico engancharse como clavo ardiendo a la promoción, Szendrei se hace con la portería. Concretamente, entra en la jornada 32, y en siete partidos, sólo encaja cuatro goles. Y eso que ha tenido enfrente a todo un Barcelona (que sale escaldado de Carranza), Atl. Madrid o Sevilla. Su momento de forma es excelente, y el técnico no se plantea cambios en esa demarcación cuando llega el duelo a vida o muerte con el Málaga.
Se disputa la ida en La Rosaleda, y los amarillos caen por 1-0. Toca de nuevo hombrada y milagro en el coliseo amarillo. Blanco tiene la alineación prácticamente decidida, y desde luego, no se le pasa por la cabeza realizar ningún cambio en una posición tan importante como la portería.
Iriogyen besa a Szendrei el vestuario tras la victoria |
Una llamada sin embargo lo cambia todo. Alguien del club le chiva a Ramón Blanco de que Szendrei ha recibido una suculenta oferta de Málaga, y se ha vendido para el decisivo partido. Blanco no puede creer el “marrón” que le ha caído encima. La acusación no está confirmada. Szendrei llega al Cádiz después de jugar en el Málaga, el contacto es más que posible, pero por otra parte salió de allí mal parado. ¿Tendría atado su retorno a la Costa del Sol, si el Cádiz cae en desgracia y los blanquiazules ocupan su lugar en la máxima categoría? El gallego no para de darle vueltas a la cabeza, aunque decide no comentar nada con su presidente ni con sus ayudantes (ni mucho menos con el protagonista). Sólo él asumirá el riesgo y sólo él tomará la decisión.
Por fin llega el día del gran partido, y el técnico, después de achicharrarse los sesos intentando dilucidar qué era lo mejor, se decanta finalmente por el meta magiar. Reza todo lo que sabe para que sólo fuera un intento de desestabilizar. Si finalmente es cierto, sabe que se terminará haciendo público que lo sabía, y que va a ser sometido a un linchamiento público. Pero si en el último partido, tras contar en el último tramo de liga con Szendrei, lo deja en el banquillo contra todo pronóstico, pase lo que pase el arquero tendrá bajo sí siempre la sombra de la duda, la acusación de que siendo profesional, estaba dispuesto a traicionar de la forma más vil a su equipo y su afición por un puñado de pesetas. Blanco no tiene ninguna prueba ni ninguna sospecha fundada, así no se puede condenar a nadie, no es justo. Se tira a la piscina. “No me falles Szendrei”, piensa, cuando suena el pitido inicial.
El resto de la historia es de dominio público. Un partido agónico, hercúleo, homérico, en el que los amarillos jugaron muchos minutos en inferioridad numérica (en un encuentro muy tenso que terminó con 14 tarjetas y tres expulsados, dos de ellos en el Cádiz: Barla y Quevedo), pero aún así, se las arreglan para resistir la presión malacitana, igualar la eliminatoria con gol de Jose, resistir una prórroga que más bien parecía un asedio, para plantarse finalmente en una tanda de penalties que una hora antes cualquier amarillo habría firmado, y que parecía una quimera irrealizable.
Szendrei se ha portado como un héroe, pero si se ha dejado comprar, ahora es cuando de verdad va a verse cuánto había de verdad en ello. Las penas máximas se van sucediendo, hasta llegar a la última, para el equipo visitante. En las nueve anteriores, han marcado todos menos Raúl para los locales. Por tanto, Antonio Mata dispone de la oportunidad de certificar el ascenso de su equipo. El meta húngaro está bajo palos, en el estadio hay casi 25000 personas pero se puede oír el rumor de las olas de la Playa Victoria. Mata coge carrerilla, se oye un gran suspiro en Carranza…¡y Szendrei, con las rodillas, detiene el lanzamiento! ¡Todavía hay vida!
En el colmo de lo apretado, se agotan así las tandas de cinco penalties, y hay que ir a la muerte súbita. El barbudo Juan Jose tiene ahora la responsabilidad, y con la tranquilidad que da la veteranía, no perdona, marcando por toda la escuadra. El estadio ruge de emoción. Sólo unos segundos antes todo pendía de un hilo, y sin embargo ahora es el Málaga quien tiene la soga al cuello. Emilio tiene sobre sí la tremenda responsabilidad de no fallar si no quiere ver como el sueño del ascenso para los blanquiazules (aquel día irreconocibles, de rojo) se queda en ilusión. Parte en carrerilla desde el borde del área, con el perfil para lanzar con el pie izquierdo. Szendrei adivina el lanzamiento, un pasito antes del disparo, y sin levantar los pies del suelo, despeja fuera el cuero. Carranza estalla en alegría, jugadores, técnicos y afición invaden el campo en un abrazo del que saltan las lágrimas, liberando las tensiones y emociones tan extremas que se han vivido. Ramón Blanco suspira y resopla en su banquillo…
La historia se cierra con el testimonio del principal protagonista, que muchos años después, nos confiesa que efectivamente recibió una llamada en nombre del Málaga (lo que demuestra que realmente hubo un detonante), a la que el jugador sin embargo no dio crédito: “la persona que llamó no se identificó, pero no creo que fuera nadie del Málaga, no parecía algo serio. Más bien parecía algo para desestabilizar y distraer la atención. No era algo extraño, estando como estábamos a final de temporada. En cualquier caso, jamás se me habría pasado por la cabeza hacer algo así nunca, a ningún equipo, y mucho menos, a la afición del Cádiz”. Pues eso, menos mal que se había vendido…
CREACIÓN FICHA: 22/01/2008
ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN: 22/01/2008
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