Pese a su desconocimiento absoluto de la liga española, Cervera no duda en contar con él como titular desde el primer día. Como es lógico, todos entendimos que empezara de forma dubitativa, teniendo en cuenta que era nuevo y que no hablaba el idioma.

Pero iban pasando las jornadas y pese a contar con la confianza del técnico, no terminábamos de verlo. Ningún partido lo acabamos diciendo “que central tenemos aquí”. Ni siquiera el día de la primera victoria a domicilio frente al Celta. Su mejor momento, fue posiblemente poco después, en el empate en casa ante todo un FC Barcelona. Incluso en el desastre de Vallecas, fue uno de los pocos que salió airoso.

Pronto, sin embargo, se le empiezan a ver las costuras. como ocurriría el día de la derrota en casa contra el Alavés (si bien ahí tampoco es que Ledesma le ayudara mucho). Aunque se rehizo, cuajando un partidazo en San Mamés, lo que le ayudó a, de nuevo, consolidarse en el centro de la zaga, ahora de pareja con Cala, otro renacido.

Con el cambio de año y de ciclo en el banquillo, su suerte terminó de cambiar. Volvió a salir desbordado en el partido ante el Sevilla (en el que jugó ante las ausencias de sus compañeros por covid) y ya apenas volvería a jugar más. Ni siquiera en la debacle días después en el campo de Osasuna, epílogo de Cervera, el único que creía en él.

Sergio no contó mucho con él tras su llegada, que coincidió con la irrupción descomunal de Chust y Luis Hernández, y para terminar de cavar su tumba deportiva, en el parón de selecciones de marzo, se rompió un brazo jugando con su país, lo que terminó de apartarle del equipo.

A pesar de que le quedaba un año más de contrato, el club le rescindió ese verano.