El caso de David Palacios merece un análisis especial. Llegado desde categorías regionales, habrá sido de los pocos fichajes que, llegando al Cádiz B ya en edad profesional, han conseguido luego explotar en el primer equipo.

Palacios era uno de esos jugadores en los que la dependencia de las piernas del cerebro es muy acusada. Uno de esos jugadores de excelentes cualidades, que sin embargo, podía echarlo todo a perder por no tener bien amueblada su cabeza. La prueba es que su rendimiento variaba notablemente entre distintas temporadas y en función de cómo fuera el equipo. Si el estado anímico colectivo era bueno, sacaba lo mejor de sí; de lo contrario, se hundía en un jugador mediocre y que desaparecía por completo de las convocatorias.

El año de Orúe (00-01) fue, junto con Duda, el más destacado de los amarillos. Un año después, las cosas fueron muy mal en el equipo, y a él casi ni se le vio. Pasó otro año, el del ascenso, y Palacios llevó en volandas a los suyos hacia Segunda. Inolvidable su partido en Las Gaunas en la liguilla de ascenso, y su centro medido a la cabeza de Jose Luis El Moro.

Su papel con el Cádiz le valió fichar por un Rayo que aspiraba a todo en su primer año en Segunda, marcha que la afición sintió profundamente. Sin embargo, los madrileños se dieron un batacazo tremendo y descendieron de nuevo, esta vez a Segunda B. Ni que decir tiene: ante esas circunstancias, Palacios volvió a perderse, y pasó de fichaje estrella, a ser ninguneado en las convocatorias. Tan sólo disputó 14 partidos en toda la campaña, y fue cedido en el mercado invernal al Logroñés.

De vuelta en Segunda B, Palacios, cual montaña rusa, vuelve a recuperar la confianza, y se erige de nuevo en protagonista, aunque eso no sirve para ayudar a los madrileños a salir del pozo, en el que estarían cuatro largas temporadas.

A partir de entonces, diversos cambios de equipos, pero el hábil y veloz extremo zurdo que vimos en Carranza nunca más apareció. Su estrella no brilló como lo hizo aquel inolvidable ejercicio liguero 2002-03.