Loreto representa una de las decepciones más importantes de la historia reciente del Cádiz. Trotamundos de nuestro fútbol (ha vestido hasta nueve camisetas diferentes), llegó a Carranza con la vitola de ser un goleador nato, de muchísima calidad, y con unas cifras anotadoras que asustaban.

Tanto fue así, que fichó por el Zaragoza, con el que se proclamó campeón de aquella Recopa del golazo de Nayim, y que fue internacional sub21 en siete ocasiones.

A Cádiz llegó tras salirse en el Córdoba, como la gran apuesta para, esta vez sí, dar por fin el salto a Segunda. Con jugadores como él en la plantilla, no se podía escapar.

Sin embargo, y a pesar de ser titular indiscutible, y de pelear todos los partidos con todas sus fuerzas, las jornadas iban pasando sin que el sevillano viera puerta. Eso sí, se estrenó en Chapín, gol que sirvió para arañar un empate en el campo del Xerez, pero poco más hizo aquella temporada.

Las cosas no funcionaban en el equipo, de hecho, esta temporada sería el detonante de la grave crisis del verano de 2000, y que a punto estuvo de llevarse por delante cien años de historia. El mal ambiente afectó al jugador, al que nada le salía bien, y en el que cristalizaron la mayoría de las protestas de la grada. Y es que Loreto encarnaba lo que estaba siendo aquella temoprada: jugadores de importante nombre, muy bien pagados y con un historial digno de admirar, y que por arte de magia, parecían haberse olvidado de jugar tras cruzar el puente de la Bahía.

Tras dejar el Cádiz volvió a sonreir en el Murcia, donde encontró de nuevo el camino al gol. Lástima que el instinto asesino no le hubiera funcionado mejor mientras vistió de amarillo.