Junto a Darko Ljubojevic, uno de los mayores esperpentos que ha tenido el Cádiz en su historia reciente.

Tras estar a prueba en el Newcastle, en el que no pudo jugar por no conseguir la nacionalidad, Michael Robinson (por consejo de Bobby Robson, que lo tuvo en los entrenamientos en el equipo de las Hurracas) lo recomienda para el nuevo proyecto cadista en el retorno al fútbol profesional. Llega con su compatriota (Atiba era del minúsculo país americano de St. Kitts and Nevis) Jevon Francis, cuyo fichaje, afortundamente, fue desestimado.

En Cádiz por supuesto no juega ni un solo minuto en liga ni tampoco en Copa. En el mercado de invierno es cedido al Linares, en 2ªB, donde tampoco deja un recuerdo muy agradable (vamos, tampoco jugó nada). Atiba pasaría, para siempre, a la historia de inefables jugadores que provocan guasa y cabreo a partes iguales entre la hinchada amarilla cuando se recuerda su nombre.

Tras su corta estancia en el fútbol español, regresaría a su país para enrolarse en el Elco St. Peters de su ciudad natal, para posteriormente, desarrollar su carrera de forma casi íntegra en la recién creada liga norteamericana.