Campaña casi impecable en la que el Cádiz logra de nuevo el ascenso, a falta de cuatro jornadas para el final, obteniendo el subcampeonato de Segunda.

Irigoyen vuelve a confiar en Benito Joanet para el banquillo, pese a que el catalán no consiguió la permanencia el año anterior. El pulso del técnico, que no puede con la indisciplina de Mágico González (que llegó a dar a elegir entre él y el salvadoreño) termina por resolverse con el traspaso del jugador al Real Valladolid. Allí, pese a tener psicólogo y mayordomo, es expulsado antes incluso de que concluya la liga.

Pero ahí estaban los hermanos Mejías, que entre los dos anotaron nada menos que una treintena de goles. El menor, Salva, se proclama además ese año pichichi de la categoría, con 17 dianas. Ambos firman la épica victoria frente al Deportivo en Carranza, que termina con el escandaloso resultado de 7-2, firmando los dos un hat-trick.

Además de ellos, destacan Dieguito, Escobar, Superpaco, Vojinovic y Elías Benito, que forman la columna vertebral del equipo.

Por una vez y sin que sirviera de precedente, el Cádiz consiguió el ascenso de forma totalmente holgada, sobrándole a los amarillos las cuatro últimas jornadas. Sin embargo, fue el ascenso más triste jamás conseguido: además de perder en casa frente al Castellón (los fallos del resto de aspirantes terminaron de inclinar la balanza), una maldita bengala mataba a Luis Montero, que estaba viendo a su equipo sin imaginar la que se le venía encima. El colofón a un día agridulce lo pone Benito Joanet anunciando que deja el Cádiz a final de temporada.

Este año también pasó a la historia por "el partido de la huelga", en la que los profesionales se negaron a jugar, abriendo las puertas a una hornada de jóvenes cadistas, algunos de los cuales habrían de convertirse en ilustres jugadores, tales como Cortijo, Jose González o Villa.