La temporada de la locura colectiva, del punto de inflexión, del cambio de ciclo. Tras ocho duros años, en los que las alegrías son mínimos oasis en un desierto totalmente yermo y plagado de sinsabores y decepciones, el Cádiz consigue salir del pozo de Segunda B. Los errores del pasado se habían pagado ya con creces, y un nuevo fenómeno futbolístico está a punto de nacer.

El Cádiz se enfrenta una vez más con la difícil tarea de conseguir salir del agujero negro que es la Segunda B, y motivar a una afición exhausta ya de muchas decepciones y sufrimientos, y que ya hizo un gran esfuerzo cuando la entidad estuvo a punto de desaparecer. Harto de entrenadores de fuera con mucho nombre, pero que a la hora de la verdad sólo han puesto el nombre y la mano para cobrar, Antonio Muñoz decide dar un giro radical y contratar a Jose González, cuya toda experiencia en los banquillos se limita al año anterior, en el que había hecho campeón de la Copa al equipo Juvenil, como máximo responsable del primer equipo amarillo.

El Cádiz incorpora a Suárez, Dani Navarrete y Pavoni, jugadores que no sólo serían fundamentales en el ascenso, sino en las temporadas posteriores. Junto a ellos, un Palacios que vuelve a brillar, Velázquez, Armando, Sergio Iglesias y Abraham Paz (que explota como un central con tremenda calidad iniciando las jugadas y en el golpeo de balón), entre otros, forman un equipo que hace vibrar a la afición, que vuelve a traer calidad y "jogo bonito" a una hinchada que, después de tanto tiempo, había desarrollado un síndrome de Estocolmo y pensaba que no había vida más allá del pelotazo y el contacto físico.

La campaña sin embargo no fue un camino de rosas. El equipo, tras un comienzo desatado, tuvo un bache importante en mitad de la competición, llegando incluso a salir de los puestos de cabeza, y los nervios salen a relucir. Después de tanto tiempo en el dique seco, la paciencia es mínima en el entorno cadista. Jose González pide tranquilidad y tiempo.

Las aguas vuelven a su cauce, y el equipo llega en plenitud de condiciones al tramo final de liga. Como va dicho, el equipo juega en un plano totalmente diferente para lo que se ve en la categoría de bronce, y viendo que esta vez el sueño sí es posible, la afición se engancha como nunca con su equipo. Carranza vuelve a llenarse por completo, y el milagro del jugador número 12 (y que toda España debía admirar en temporadas venideras) se materializa cada dos semanas en el coliseo gaditano. Por mucho que los rivales insistan en que “la grada no juega”, todos sucumben ante la presión local, que es una olla a presión cada partido. Hasta el sorteo de campos se vuelve trascendental: hay que marcar en la portería de Fondo Norte en la segunda parte, los porteros rivales no aguantan la presión que les llega.

No obstante, y fiel a su historia, el conjunto amarillo hace sufrir a los suyos: tras toda la temporada en puestos de cabeza, se llega a la última jornada sin la clasificación matemática para la liguilla. El Cádiz viaja a Cartagena, donde necesita al menos un punto para entrar en el bombo del sorteo. Los rivales cumplen, y el resultado en Cartagonova es de empate a cero. Todo el cadismo está pendiente de los transistores, hasta que se confirma el resultado inicial. Profundo suspiro.

En la liguilla (en la que nos toca pelear contra Logroñés, Barcelona B y Universidad Las Palmas), la magia de la comunión entre hinchada y equipo se magnifica todavía más. Las caras de los jugadores, cuando bajan del autobús en Las Gaunas y ven una marea amarilla que les impide ganar la puerta del estadio, lo decía todo: “no le podemos fallar a esta gente”.

El primer partido de liguilla despierta los ocho fantasmas de temporadas anteriores: el equipo se va al descanso perdiendo por 1-0. Los más agoreros empiezan a hablar de otra ocasión perdida. Pero los de Jose reaccionan en el descanso, y liderados por un espectacular Palacios, dan la vuelta a la tortilla. Rozando el tiempo de descuento, Sergio Cruz es derribado en el área, y Paz asume la responsabilidad de ejecutar la pena máxima. El primero de los muchos penalties que habrían de marcar de forma decisiva el devenir de todo un equipo. Este entró.

Tras la remontada, surge una corriente de que el milagro por fin es posible, “esta vez sí o sí”. El doble enfrentamiento con el Barcelona B se salda con una victoria para cada equipo. La del Cádiz la firma Paz con otro penalti en las postrimerías, tirado a lo Panenka. Los segundos que tardó el balón en bajar a la hierba se hicieron eternos. Tras estas dos jornadas, queda claro que entre blaugranas y amarillos está el próximo equipo de Segunda. Los de Jose González superan, otra vez in extremis, al Logroñés en el partido de vuelta, quedando el doble partido con el Universidad de Las Palmas. En la ida los cadistas rozan el milagro: el filial catalán no cumple contra el Logroñés, y un Cádiz volcado machaca al portero canario. Si entra una, adiós a Segunda B. Pero esto es Cádiz, y hay que…¡sufrir!

Se llega por tanto a la última jornada con las espaldas en todo lo alto. El Barça B deja claro enseguida que no está dispuesto a perdonar una segunda vez, y machaca al equipo riojano. Todo se decidirá en el Juan Guedes, en el que un todavía desconocido Jonathan Sesma adelanta a los locales. Sin embargo, muy poquito después, Pavoni es objeto de penalti, y Abraham Paz vuelve a verse delante del punto de once metros. Otra vez para dentro.

Los minutos parecen años, y el partido parece que nunca va a terminar. Algunos no pueden aguantar la tensión. Pero finalmente el colegiado decreta el final del partido, y toda esa tensión es liberada de todas las formas posibles: abrazos, risas, llantos, tartamudeos...Pocos pueden o quieren ocultar o disimular sus emociones.

La locura total se desata en Cádiz, que se pasa dos días seguidos en Puerta Tierra esperando a sus héroes. El autobús de los jugadores tarda horas enteras en recorrer la avenida, para asombro de propios extraños, que no dan crédito a tanta gente agolpada por las calles. Un nuevo Cádiz CF, que habría de sorprender a todos, acababa de nacer.