Campaña de agrio recuerdo, en la que el Cádiz tuvo que acudir a la promoción para salvar la categoría, tras derrotar al Algeciras en doble partido.

La temporada estuvo marcada por el cambio en la presidencia a mitad de competición: Márquez Veiga sustituía a Manuel Vieira Aguilar, tras la dimisión de éste. El gallego, viendo la mala racha del equipo y la nula capacidad de reacción del mismo, decide despedir a Camilo Liz como entrenador, y trae a Diego Villalonga, especialista en este tipo de situaciones.

El sevillano, que llega con mano dura, consigue eludir el descenso directo. El equipo se refuerza, para el tramo final de liga, con jugadores como Benítez, pero pierde a efectivos importantes como son Bolea y Moreno, apartados del equipo por bajo rendimiento.

La última jornada fue de locos, muy propia de la tradición cadista. Los de Villalonga acuden a visitar al Real Murcia (que nada se juega) mientras que el Almería recibe al Rayo Vallecano (en igual situación que el Murcia). Los gaditanos acuden con un punto de ventaja, pero desde el minuto 4 ya pierden 1-0. Los transistores echan humo, porque un gol de los almerienses nos manda a Tercera. El Cádiz hace lo imposible en La Condomina, pero a falta de veinte minutos, Greco hace el definitivo 2-0. No queda otra que aferrarse a las ondas para seguir con vida.

Durante veinte angustiosos minutos, no llegan noticias desde Almería, hasta que finalmente, se informa del resultado final: 0-0. Los dos equipos quedan empatados a puntos, pero dos goles de diferencia en el average permiten, como mal menor, ir a la promoción. El vestuario lo celebra como si de un título se tratara.

Así pues, el Cádiz debe jugar la promoción, en la que queda emparejado con el Algeciras, un duelo regional que se promete fraticida. En el partido de ida García I consigue un empate, a falta de diez minutos del final, que vale su peso en oro. En el de vuelta, Pedrusco se erige en héroe local, al marcar dos tantos para poner en ventaja a su equipo. El postrero tanto de Soler para los algeciristas, no puso en peligro la victoria, lo que permitió a la afición respirar profundamente una vez más, y meter al cajón una temporada que jamás habría de ser rememorada.