Temporada que fue como una montaña rusa: en verano por poco el equipo no se va a pique y desaparece, en los primeros meses de liga el Cádiz manda en la tabla e ilusiona a todos con el regreso a Segunda, para finalmente, tras una racha penosa de dos meses sin ganar, terminar navegar en tierra de nadie.

Como decimos, la temporada comenzó muy movida, y es que se temió, y mucho, por la continuidad del club. Muchas voces en toda la ciudad clamaban porque el club de sus amores no desapareciera. Finalmente, la vuelta del presidente, Julián Arana, desde Madrid a Cádiz, y tras una conversación de éste con el alcalde para obtener una subvención con la que ayudar al equipo, se consigue salvar la entidad, que competirá un año más en Tercera División.

El primer paso que se da es la contratación del entrenador, Casto Moliné, jugador mítico de Valencia y Espanyol. Del año anterior apenas repiten los goleadores isleños Chica y Cría, los dos porteros (Santos y Braulio Rubio) y el infranqueable zaguero Villalonga (que pocos años después habría de conseguir como entrenador lo que no pudo obtener como jugador, el ansiado ascenso a Segunda).

Poco a poco van desembarcando nuevos jugadores: algunos tendrían un papel destacado, como Barrones, Barra o Arrieta; otros quedarían en un segundo plano o no terminarían de cumplir las expectactivas, como Pepillo o Bohórquez (que ya había jugado con el Cádiz en la promoción del 45), y otros simplemente apenas tuvieron protagonismo alguno, como Domínguez (al que le fue dada la baja en diciembre) o Julio.

El comienzo del Cádiz es fulgurante. Con una delantera letal formada por la dupla isleña Chispa y Cría, se aúpa al primer puesto de la clasificación tras la quinta jornada, en las que sólo ha dejado de sumar un punto. Los amarillos habrían de mantener esa posición de privilegio hasta la novena jornada, es decir, transcurrido ya un cuarto de competición. La afición y la prensa se muestran muy contentas con el equipo, y con el buen hacer de sus jugadores, entre los que destacan a Barrones o Cría entre otros.

El Cádiz muestra un gran nivel de juego y resultados, aunque falla frente a los equipos más importantes: las visitas a los campos de Recreativo y Betis se saldan con dos duras derrotas (4-1 y 3-0) que habrían de tener su impacto en el equipo. Los pupilos de Casto Moliné parecen resarcirse con la goleada en Mirandilla sobre el Larache (5-0), resultado que les permite recuperar el bastón de mando en la clasificación, pero a partir de ahí, el equipo cadista entraría en un bache del que ya no se recuperaría en toda la temporada.

El partido frente a los norteafricanos es el último que se disputa en noviembre. Entre diciembre y enero se jugarían doce jornadas de liga: sólo una victoria se sumó en ese plazo. Ni que decir tiene que los gaditanos pasaron de ser aspirantes al ascenso, a quedar en tierra de nadie. La competencia es durísima, y rivales como Recreativo, Betis, Ceuta o Melilla no iban a esperar a nadie. El sueño de regresar a la Segunda División tiene que aplazarse un año más.

En este clima la directiva intenta traer savia nueva que revierta la situación. Así llegan al Cádiz el ilustre azulino Devesa (leyenda en el San Fernando), Guillén, Orencio o Mendoza, pero ninguno de ellos habría de causar una revolución en el equipo, que seguía manteniéndose en el buen hacer de Barrones en la medular, la seguridad de Villalonga (sobre todo), Garín y Arrieta atrás, y los goles de Chispa y Cría, que se pusieron las botas esa campaña. Pese a todo, no sería suficiente, y los amarillos acabarían la campaña en octavo lugar, a doce puntos de la zona de ascenso.

Acabada la liga, Juan Bejarano se hizo cargo del equipo (una vez más), para disputar el torneo "La Voz del Sur".